LA SALUD MENTAL ENTRA EN LA AGENDA POLÍTICA. El malestar social como elemento transformativo.

En estos últimos meses hemos  observado cómo han ido resonando en el espacio público varios temas relacionados con la Salud Mental.

Por un lado, el fondo de incertidumbre, aislamiento y miedo generados por la COVID-19, ha hecho saltar un tema hasta ahora encapsulado en diversas esferas privadas, al debate político y mediático. De este modo, partidos como Más Madrid han incluido esta preocupación en las propuestas electorales de las pasadas elecciones autonómicas en la Comunidad de Madrid, lo cual denota que el espacio de la política partidista detecta una cierta tendencia en la calle en relación a esta problemática, a pesar de lo difuso del concepto.

Entre las propuestas relacionadas con la reivindicación de la salud pública como una necesidad que  agudizan las diferentes políticas de gestión del virus, se comienza a hablar de la posibilidad de aumentar el número de plazas PIR (Psicólogo/a Interno Residente) en el Estado Español, de cara a reforzar la atención psicológica desde el sistema público de salud, así como van surgiendo voces que reclaman una adecuada regulación de la psicología sobre los planes de estudios y de titulación.

Además, en relación a la muerte, a la que habíamos dejado relegada al ámbito privado o a los tanatorios en los extrarradios de nuestras ciudades,  va tomando mayor relevancia el estudio del suicidio y sus posibilidades de prevención desde diferentes ámbitos como el sanitario, la gestión de las emergencias, etc…

Por otro lado, recientemente la situación personal de Simone Biles y su negativa a participar en los juegos olímpicos de Tokio, debido al exceso de presión que estaba viviendo en la competición, vuelve a focalizar dentro del espacio público la cuestión  de la salud mental, y del cuidado de sí por encima de las exigencias externas, en este caso, del deporte de élite.

Todos estos aspectos que he señalado parecen tener que ver con la irrupción del significante “salud mental” dentro del espacio público. Lo cierto es que las medidas políticas implementadas para la gestión del virus, con el malestar que han ido generando en diversas capas sociales, han sido aprovechadas desde diferentes dispositivos mediáticos para introducir éstos dentro del interés informativo de actualidad.

Esta entrada en la agenda pública corre el riesgo de ser utilizada desde la esfera política otra vez desde una óptica meramente clínica, apoyada desde el cuerpo de profesionales de la psicología y la psiquiatría. La narración podría ser algo así como que frente a la aparición de nuevos trastornos mentales en la población necesitamos aumentar el número de efectivos profesionales, superar el estigma relacionado con “ir al psicólogo” y visibilizar las diferentes problemáticas para naturalizarlas.

Sin duda, esta narración puede ser muy interesante para lograr un refuerzo en las ofertas públicas y privadas de salud mental así como la naturalización relativa a acudir a terapia si no te encuentras bien, y evitar así sufrimientos propios y ajenos.

El problema, según mi punto de vista, es quedarnos sólo en una narrativa de este tipo (que podríamos denominar como clínica) y no atendiéramos a una de las potencialidades o de fuerzas que este foco público sobre el malestar nos brinda, y que es la del malestar como asunto político (narrativa política) y que daría cuenta de cómo el sistema genera modos de vida sufrientes; que los condicionantes sociales y políticos en que nos movemos dificultan la salud y nuestra felicidad.

Esta narrativa nos permite aprehender la realidad desde el prisma del malestar como vector de transformación. Las problemáticas de salud mental que vivimos nos  muestran un rastro de migas de pan que  conducen a la casa de la bruja: que no podemos disfrutar de una vida  buena bajo el capital como sistema-mundo.

En este sentido, cabe pensar si el sufrimiento social puede ser una grieta desde la que hacer palanca política para el cambio, alineando esta narrativa con otras en clave transformativa.

La narrativa clínica se alinea con una consideración del malestar reducido al ámbito privado de la propia responsabilidad personal, bajo la forma “sociedad terapeútica”, que bajo el paraguas de la ideología liberal encapsula el sufrimiento en el interior de cada persona.

Como ya nos señalaban las gentes de Espai en Blanc: “El malestar social no es más que el bloqueo del camino hacia una subjetivación política capaz de enfrentarse al mundo”. En nuestra mano está el poder desplegar el malestar para situarlo dentro de una dimensión politizadora que permita nuevas subjetivaciones liberadoras.

Ambas narrativas se necesitan, no sólo no son excluyentes, sino que se necesitan la una a la otra: necesitamos dispositivos de salud mental más nutridos desde lo público, que comprendan el sufrimiento en su dinámica contextual, en toda su complejidad para permitir transformar el dolor en una fuerza transformativa que mejore las condiciones para que una vida buena pueda ser vivida.

Un comentario sobre “LA SALUD MENTAL ENTRA EN LA AGENDA POLÍTICA. El malestar social como elemento transformativo.

  1. Parece que en algunos lugares si hay un cambio respecto a la visión de la salud mental como algo relacionado más con el contexto social que con la clínica. Y como consecuencia defendiendo la intervención socio-política más que la clínica.

    La vicepresidenta segunda de Trabajo, Yolanda Díaz, impulsará esta iniciativa en el seno del Ejecutivo. «Estos días, se está extrayendo y automatizando la salud mental como algo individual a las personas, y una de las principales razones del deterioro de la salud mental tiene que ver con la precariedad laboral», defiende Díaz. https://www.publico.es/politica/gobierno-creara-septiembre-grupo-expertos-estudiar-impacto-precariedad-salud-mental.html?utm_source=twitter&utm_medium=social&utm_campaign=web

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