PATOLOGÍAS DEL VACIO Y EXPERIENCIAS DEPENDIENTES. Una aproximación gestáltica.

INTRODUCCIÓN

En relación al concepto “dependencia” vivimos una paradoja fruto de la cultura capitalista del “self made man”. Según este principio hijo del capitalismo patriarcal, un hombre vale, en cuanto se construye a sí mismo, sin contar con ayuda exterior. Este constructo ideológico, hijo del calvinismo neoliberal, se encuentra a la base del desprecio hacia cualquier conducta que pueda ser considerada como dependiente, en tanto que frágil. Desde esta consideración, pues, se entiende la persona como ideal en tanto en cuanto independiente, sin tomar en cuenta los aspectos comunitarios o relacionales que nos configuran y de los que necesitamos para sobrevivir. No en vano somos la especie animal que nace más dependiente de su entorno, y que precisa del cuidado de sus progenitores y del clan para su supervivencia. Esta idea profundamente individualista equipara la necesidad de desprenderse de la dependencia vertical para cuestionar la propia dependencia interpersonal u horizontal. Es por ello que la dependencia tiene mala prensa, cuando todas somos dependientes unas de las otras. Cuanto más quieres a otra persona más dependes emocionalmente de ella. Es lo que nos hace ser personas.

La paradoja que se encuentra a la base, es que vivimos en sociedades donde la dependencia y los comportamientos adictivos están a la orden del día. Negar la dependencia de los demás nos lleva a desarrollar dependencia hacia otros objetos, que no en vano se convierten en comportamientos acordes a un determinado sistema de las cosas. Un sociedad como la nuestra, dependiente del consumo, pivota sobre la dependencia del objeto para poder subsistir.

Habitualmente tendemos a mezclar los conceptos de dependencia y adicción, que hacen referencia a diferentes aspectos, a saber: Dependencia sería el estado psicológico previo a la adicción, la adicción sería el hábito o conducta compulsiva. Desde este punto de vista hablamos de dependencia como un patrón de relación o un modo de estar en el mundo, que se encuentra en la base de las conductas adictivas. En el primer caso hablaríamos de un “estar”, mientras que en el segundo hablaríamos de un “hacer”.

En el terreno de las drogodependencias se utiliza la terminología de “Uso, abuso, dependencia” para clarificar el momento en que la persona se encuentra en relación con la sustancia u objeto a consumir, en el que se habla de dependencia desde un plano más físico. No es, por tanto, la referencia a la que vamos a nombrar en estas líneas.

De hecho, la aproximación psicopatológica que vamos a explorar tiene más que ver con los contextos, y en concreto, con los contextos relacionales en los que la persona se ha desenvuelto, que con respecto a los objetos.

De hecho, la experiencia adictiva no guarda tanta relación con la sustancia como con el contexto en que ese comportamiento se produce.

La visión más clásica y ortodoxa de la adicción concibe a la misma como un trastorno crónico con bases neurobiológicas y por ende genéticas, que no se corresponde con la evidencia experimental ni clínica.

En 1977, el psicólogo Bruce Alexander inició el experimento del parque de las ratas. Lo que hizo su equipo investigador fue tomar dos grupos de animales. Unos estarían en las clásicas jaulas de laboratorio, aisladas entre sí. Para el otro grupo, en cambio, se construyó un área muy amplia, 200 veces más grande que una jaula. Dicho espacio simulaba un parque con árboles y naturaleza.

Los investigadores les dieron a las ratas la opción de beber dos líquidos. Uno de ellos contenía morfina y el otro no. Camuflaron el sabor amargo de la morfina con una solución azucarada. Tras unos días, las ratas enjauladas comenzaron a preferir el líquido que contenía morfina. Las del parque de las ratas también bebieron, pero varios días después.

Las ratas enjauladas consumieron 19 veces más morfina que las ratas libres. Estas últimas parecían percatarse de los beneficios de no consumir la droga y se resistían a hacerlo, aun cuando ya la hubieran probado. Alexander y su equipo introdujeron variaciones, volvieron adictas a varias ratas de ambos grupos, pero el patrón se mantuvo básicamente igual.

El experimento del parque de las ratas demostró que el aislamiento social era un factor determinante para el consumo continuado de las drogas. A su vez, la compañía y la libertad del parque hacía que disminuyera significativamente el deseo de consumir. Y cuando este se producía, los ejemplares afectados hacían lo posible por volver a su estado normal, incluso, soportando el síndrome de abstinencia.

Más allá del debate en torno a la posibilidad de extender las conclusiones de ratas a humanos, encontramos una experiencia similar en los soldados que lucharon en Vietnam. Numerosos miembros del ejército de Estados Unidos que se engancharon al opio, en unas durísimas condiciones de vida como la de la guerra, no mantuvieron su adicción posteriormente al volver a sus casas con sus familias. Y es que la adicción no depende tanto del objeto o sustancia en cuestión, como de la situación, y en concreto de los vínculos interpersonales dentro de un campo determinado.

Como veremos más adelante, existe una relación estrecha entre el comportamiento adictivo y el aislamiento social: si no dependemos de alguien acabamos dependiendo de algo.

Podemos definir la experiencia adictiva como la retirada de estímulos novedosos desde el contacto en el campo actual, y el deseo de repetir la experiencia anterior mediante un patrón en el que se necesita cada vez una experiencia más intensa (tolerancia) para escapar de una situación de vacío y frustración cada vez mayores (abstinencia).

De este modo, a nivel fenomenolócio, se evita el contacto en el presente para solucionar la necesidad actual, se va desde la sensación, evitando la aparición natural de un objeto de interés, sustituyendo ésta por una Gestalt antigua y fija, pasando a la acción directamente. Perls y Goodman  hablarían en ese sentido de “alucinación neurótica”

Toda la vida de la persona, en la dependencia, pasa a girar en torno a la Gestalt fijada, perdiendo posibles opciones de posibilidad para otros comportamientos. La función yo queda empobrecida, y por tanto la percepción del campo queda mermada.

Es por ello que la función Ello pasa a primer plano y la atención se retira de la novedad.

CONTEXTO SOCIAL Y EXPERIENCIA ADICTIVA.

El capitalismo, más allá de ser tan sólo un sistema económico, se nos revela como sistema-mundo que propone fundamentalmente el acto de consumir como ritual de culto, mediante el cual, el sujeto pueda, de modo siempre temporal, “poseer” objetos externos que tranquilicen, y resuelvan necesidades.

De este modo, esta propuesta ha terminado por convertirse en una manera determinada de estar en el mundo, que empapa nuestra manera de percibirnos, de vivir nuestras relaciones, nuestros propósitos existenciales, nuestra forma de experimentar el tiempo y el espacio.

Este modo de existir descansa sobre la frustración, necesaria para invocar un deseo pasajero, que tras una satisfacción fugaz, pasa de nuevo rápidamente a una insatisfacción que pide ser resuelta, en un ciclo permanente acelerado.

Vivimos en la era de la inmediatez acelerada, frente a dispositivos electrónicos que nos dan respuestas de modo urgente. La frustración es difícilmente tolerable, y ésta dura tanto como lo que tardamos en deslizar un dedo por la pantalla de nuestros dispositivos táctiles. La angustia no se elabora, y se intenta neutralizar mediante distintos tipos de consumo, como drogas, compras, alimentos, dietas, cirugías y tratamientos estéticos, relaciones dependientes, etc. Es decir, mediante la incorporación de objetos externos en un intento siempre frustrante de llenar un vacío psíquico que no se puede elaborar.

PATOLOGÍAS DEL VACÍO Y AISLAMIENTO SOCIAL.

La clínica contemporánea nos habla de la dificultad de confrontar con el vacío. Se denomina a este grupo de fenómenos “patologías del vacío” y entre ellas encontramos la bulimia, la anorexia, las adicciones en todas sus versiones y las relaciones dependientes, entre otras.

El self como proceso se va configurando dentro del campo familiar desde los primeros momentos de la vida. En el transcurso de las primeras experiencias de la vida, a partir del modo en que sus necesidades sean satisfechas, la persona va aprendiendo a relacionarse con su mundo interno (sensaciones, fantasías, necesidades) y con el mundo que lo rodea. A pesar de un gran empeño de los padres, siempre habrá una parte del deseo o la necesidad que el campo familiar, en tanto que finito, no podrá llenar.

Este encuentro dejará una parte sin satisfacer, y aquí entra en juego esta idea de algo que falta como constitutivo del ser. Un vacío, que se convertirá en motor del ad-gredere, el anhelo de salir hacia el mundo en búsqueda de la nutrición.

En este sentido, hablar de patologías del vacío, es hablar de las problemáticas en relación al deseo, que guardan una estrecha relación en la manera en que el niño es visto por sus padres, especialmente en la manera en que éstos le han acompañado en la frustración del mismo. De hecho, saber y tolerar que algo falta es lo que posibilita un funcionamiento saludable. La dificultad en relación al sostén del propio deseo en una situación determinada, es lo que podemos denominar como patología del vacío.

Para considerar adecuada esta experiencia es necesario que el campo familiar brinde el sostén y el amor desde la concepción finita del mismo. Esta es la noción de eso que falta, que es estructural del ser humano, y que es justamente lo que nos mantiene en una búsqueda incesante en el transcurso de nuestras vidas. La fantasía de la satisfacción absoluta nos remitiría a una Gestalt que repetida en diferentes campos tendría que lidiar con la frustración de no poder nunca ser resuelta, confrontada con una frustración no elaborada que se repitiría como patrón en cada situación sin poder llegar a ser resuelta.

De este modo, podemos entender la problemática de la dependencia como un problema de presencia y ausencia. Un campo relacional que no permite la presencia del deseo debido a una excesiva presencia de los progenitores puede convertirse en una seria dificultad para poder sostener y elaborar el propio deseo.

Por el contrario, nos encontramos en numerosas ocasiones con la ausencia. La repentina ausencia o dificultad en la provisión de los recursos necesarios para satisfacer adecuadamente las necesidades del niño puede generar una Gestalt o forma inconclusa que invocara en cada situación el escenario deseado de presencia que una vez se tuvo, pero que se perdió. Así el objeto de la adicción (sustancias, relaciones, actividades…) será utilizado para rememorar aquella presencia, o para reparar el dolor por una antigua ausencia. En ambos casos, encontramos la misma dificultad en encarar. De un modo escasamente tolerada la excitación que mueve y orienta el campo no encuentra un contacto pleno que permita una auténtica satisfacción, que dura tanto como dure el contacto con el objeto consumido, dando la sensación de que se borra el vacío por lo menos durante un breve plazo.

A partir de la ausencia del otro, germen de toda psicopatología, surge el acto, la exploración del campo sin haber podido elaborar el propio deseo, con lo que el contacto nunca llega a ser pleno y la acción se estereotipa y se esclerotiza, convirtiéndose de ese modo en un patrón fijo siempre insatisfactorio.

En este escenario de aislamiento, el cuerpo entonces pasa a convertirse en figura, frente a un campo empobrecido que pasa al fondo de la percepción, aislando más a la persona de la propia situación.

La alteridad deja de ser percibida, y la intencionalidad de contacto se empobrece a través de las mentiras, la manipulación e instrumentalización de las relaciones… lo cual provoca en numerosas ocasiones fuertes sensaciones de culpa que van asociadas a autoagresiones.

Desde esta posición dependiente tiene que ver con un déficit en la integración de un objeto de amor, donde el otro pasa a ser idealizado y en consecuencia denigrado, especialmente con figuras significativas. Este hecho bajísima tolerancia a la frustración y exigen a los otros el que los acepten incondicionalmente, tal vez por lo que no tuvieron en su primera etapa

En clave relacional el vacío guarda una estrecha relación con el vacío como ausencia del otro, que trata de ser sustituido por un objeto alternativo, mediante un ritual compulsivo en el que la percepción del tiempo se ve acelerada y la insatisfacción emerge como una figura que somete al fondo al resto de fuerzas del campo perceptivo, y por tanto, de la vida.

Es por ello que la vinculación con el campo social y la filiación a la comunidad en los procesos de recuperación, se convierten en la clave de bóveda del tratamiento.

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