DEL ESTADO DEL ALARMA AL ESTADO DE ALERTA. Desescalando el miedo social

Desde ERAIN queremos sumarnos a la reflexión colectiva sobre la situación global extraordinaria que estamos viviendo, tratando de ofrecer un espacio de conversación sobre las prácticas psicológicas y sociales frente a este nuevo contexto.

Nos interesa pensar colectivamente sobre cómo acompañar personas desde una mirada psicosocial, desde un planteamiento comunitario y repolitizador, que echamos de menos desde la psicología.

Nos preguntaremos:

  • Cómo canalizar el sufrimiento hacia formas alternativas a la policialización de nuestras comunidades,
  • Cómo manejar  el miedo no nos lleve a buscar seguridades falsas que justifiquen el control social,
  • Si es posible atendiendo el malestar sin despolitizarlo
  • Cómo trabajar para restaurar nuestras relaciones comunitarias más básicas?
  • De qué manera intervenir con personas afectadas por esta situación (duelos, aislamiento social, pánico…)

El extraordinario acontecimiento global de la pandemia COVID 19 está provocando una multitud de reflexiones extraordinariamente ricas desde el punto de vista del conocimiento colectivo. Frente a una realidad que nos desborda nos surge la necesidad de elaborar.

En este sentido, también la psicología está proponiendo diferentes propuestas como respuesta al sufrimiento ocasionado. Sin embargo, echamos de menos una posición que vaya más allá de propuestas individuales de bienestar personal. Pensamos que, al igual que la orquesta del Titanic, corremos el riesgo de seguir tocando nuestra música mientras el transatlántico se hunde.

Hablar del papel de la psicología y la psicoterapia en este tiempo extraordinario supone hablar sobre desde qué modelo de psicología estamos operando.

Desde este texto proponemos una apuesta por una psicología que supere la visión individualista y neoliberal que ha dado soporte ideológico a un modelo de sociedad que nos ha llevado a la situación en que nos encontramos.

DEL ESTADO DEL MALESTAR AL ESTADO DE ALARMA.

Es necesario comenzar desligando los conceptos de pandemia y de cuarentena. Tanto la pandemia como la cuarentena son categorías que necesitamos analizar en profundidad.

La pandemia no es un acontecimiento nuevo en la historia, ya que la hemos vivido en otras ocasiones. Era un escenario posible desde diversos análisis previos que no han generado ninguna respuesta preventiva concreta, debido a que es nuestro propio modo de vida el que genera una relación con nuestros ecosistemas que aumenta el nivel de probabilidad de que un virus pase de los animales a las personas, así como de la alarmante escalada en el calentamiento global en pocos años. De hecho, la extensión tan veloz del virus tiene que ver con la globalización e internacionalización de la movilidad y los transportes de mercancías (viajes en avión, estructuras empresariales transnacionales…)

Con respecto a la cuarentena, tenemos que subrayar que no hemos encontrado otra forma de reacción que no fuera el aislamiento, que no es la única propuesta posible, aunque hoy aparezca como la más eficiente.

La cuarentena la hemos podido acomodar como concepto sobre el aislamiento social y nuestra vivencia como sociedades hiperhigienizadas, que percibían al otro como infectador (paradigma desde el SIDA) o como posible agresor (paradigma 11S), que están por detrás de la disolución de nuestros vínculos comunitarios básicos de referencia.

Ya estábamos confinados en nuestra relación con el otro, ya veníamos de escenarios de soledad no deseada. Ya estaba creada la estructura del otro como contagio, así como la sociedad terapeútica, donde la psicología ha jugado un papel de soporte ideológico, al reducir explicativo los malestares sociales a meros accidentes individuales biográficos.

Por otro lado, medidas de este tipo (el confinamiento) guardan una relación muy estrecha con la capacidad de nuestros sistemas sanitarios, así como con nuestros sistemas políticos en relación a lo público (gestión de emergencias, servicios sociales…), ya que a mayor capacidad de estos últimos, menor necesidad de restringir la movilidad y las libertades de la población.

El escenario del confinamiento y el consiguiente recorte de libertades civiles conllevan un escenario de disciplinamiento social que lleva implícito dentro de sí distintas formas de vigilancia policíaca en las cuales terminan entrampados nuestros vínculos comunitarios de referencia.

DEL ESTADO DE ALARMA AL ESTADO DE ALERTA.

La aparición tan veloz del virus ha creado un escenario de pérdida de nuestra sensación de omnipotencia en relación al mundo natural así como con respecto a nuestra vivencia de seguridad y protección. Una experiencia de  incertidumbre brutal ha terminado instalándose en nuestras vidas cotidianas, mostrándonos que no éramos tan invulnerables como creíamos. Negábamos la incertidumbre, pero ella siempre ha estado ahí. Es lo que la emergencia acaba haciendo emerger.

El confinamiento se terminado convirtiendo en  universal abstracto, que es la idea de que todas tenemos que cumplir el mismo deber cívico y que ese deber nos iguala, creando un falso imaginario en el que se oculta que no todas las casas son iguales, y que incluso hay personas que no tienen casa. O que hay mujeres atrapadas en sus casas con sus maltratadores.

Además,  desde una especie de disciplinamiento social se fomenta la idea de que quien no cumple la cuarentena estaría cultivando de algún modo un tipo de desigualdad: «¿Por qué el otro no la cumple y yo sí?». Pero eso es suponer que hay una igualdad en el punto de partida, que no la hay. Así, desde una exigencia por igual que logra tapar el problema fundamental de nuestra sociedad, que es el problema de clase.

La aparición de los “policías de balcón” nos muestra un claro ejemplo de cómo canalizar el malestar contra otras personas en lugar de situarlo en el nivel político al que corresponde. Desde la asunción de este tipo de dinámicas como perniciosas en términos de salud mental quizá sea importante apoyar un reacomodo del malestar contra estas políticas panópticas más que con respecto a nuestros vecinos y vecinas.

Este plano incide también en los abusos policiales, especialmente contra la población que no pueden ser de ningún modo justificados por el estado de alarma, así como en la “romantización heroica” de los dispositivos sanitarios, reduciendo nuestros sistemas públicos de salud al comportamiento de sus trabajadoras, tras años de desmantelamiento privatizador. Despolitizamos la realidad para reducirla a meros actos individuales. Nuestro papel higiénico mental.

Por otro lado, necesitamos estar alerta a lo que puede ocurrir fuera. Parece que la curva de la solidaridad corre el riesgo de aplanarse, y que la desconfianza y el miedo al contagio van a permanecer largo tiempo entre nosotras.

Se vislumbran en el horizonte propuestas de control social a través del big data y de la tecnología de localización que van a poner en cuestión nuestro sistema de derechos y libertades al permitir un alto nivel de poder en determinadas esferas.

Es preciso que trabajemos a favor de la responsabilidad comunitaria, y del cuidado de todas al evitar riesgos innecesarios, pero también que  abordemos el nivel de riesgo que cada persona pueda sujetar. Estar vivas conlleva un riesgo inherente al que no podemos sustraernos, por más que determinados mensajes paternalistas o regulaciones extraordinarias así lo planteen.

El riesgo inherente a la vida nos confronta con la pregunta existencial sobre cómo queremos vivir, si confinadas o no. La responsabilidad (nuestra capacidad de responder) tiene ambos rostros.

En este proceso de “desescalada” que parece que va a ser largo, intuimos que el miedo al contagio, al menos hasta que llegue una vacuna, va a atravesarnos en todos y cada uno de los rincones de nuestra vida, acrecentando una tensión omnipresente que amenaza la manera en que nos relacionamos unas con otras, así como la necesidad global de seguridad. Y ya sabemos cuál es el riesgo de vivir en una sociedad atemorizada que pide vivir segura.

Necesitamos transitar del pánico paralizante al miedo. El miedo nos permite estar alerta, prestando atención a lo que ocurre. La clave es cómo manejarlo. El miedo es una emoción complicada, porque no se descarga y puede terminar empapando toda nuestra percepción de la realidad: es por ello que necesitamos recuperar la experiencia de la comunidad para aumentar nuestra capacidad saludable de manejo.

De la emergencia también emerge, se subraya que vivimos en un ejemplo claro de cómo lo social nos incluye a todas, nos atraviesa. Estamos todas transitando el mismo acontecimiento que nos une, en formas diferentes que nos separan.

Esta para nosotras es la clave de nuestro marco mental de intervención que damos a llamar GESTALTSOCIAL: trabajar sabiendo que somos parte de un mismo campo social y que abordamos el  ajuste persona/sociedad, trabajando en la  co-construcción de un espacio donde poder explorar  la transformación de aquellas categorías sociales que nos oprimen.

Frente a este escenario que dibujamos nos surgen varias cuestiones: Cuál debe ser el papel de la psicología frente a esta crisis? Nuestro trabajo debe estar centrado en paliar síntomas, en ayudar a que la gente lo lleve lo mejor posible, como si fuéremos un recurso más de entretenimiento? Cómo intervenir con personas sin caer en paternalismos o espiritualismos reduccionistas, trabajando desde la responsabilidad personal y colectiva, cómo colaborar a nivel social en no caer en el pánico social? Como atender sin despolitizar? Cómo impulsar el sostén de los vínculos comunitarios de referencia? Cómo hacemos para mantenernos alerta y a la vez cuidarnos?

Entendemos que una demanda clave como interventoras en este tiempo es precisamente el de transitar del pánico al miedo, del estado de alarma al estado de alerta, de estar atentas al malestar, para saberlo situar y poderlo, de este modo, manejarlo sin dañarnos.

Vivir en estado de alerta, como tema de salud psicosocial que es, es un asunto profundamente  político.

ALGUNAS CLAVES PARA LA REFLEXIÓN:

Tras estas primeras pinceladas sobre nuestra realidad Apuntamos algunas breves claves para la reflexión tanto personal como colectiva, pensadas para profesionales de lo “humano”: psicólogas, trabajadoras sociales, educadoras, profesorado… desde una óptica repolitizadora, que no pretenden ser ninguna guía, sino fomentar el sano arte de la pregunta.

  1. Sostener la tensión entre la supervivencia y cuidado personal (metáfora del papel higiénico)  y de la necesidad de la tribu, de la comunidad, (metáfora de las redes de apoyo).
  2. Darle sentido a la experiencia que se está viviendo desde una narrativa compartida
  3. No caer en mensajes paternalistas, o espiritualistas que puedan frenar la expresión del malestar que la persona pueda estar viviendo
  4. Potenciar los cuidados mutuos en toda relación. Cuidar el trato a las otras es una manera de cuidarse a una misma, pero no siempre es sencillo en un escenario tan global como éste. Sostén sin juzgar.
  5. No potenciar exigencias productivistas.
  6. Abordar lo que está pasando, lo que emerge de la propia relación en el aquí y ahora.
  7. Dar información sobre ti de modo pertinente: eres parte de la misma experiencia. Siempre lo has sido.
  8. Promocionar la acción grupal y el apoyo mutuo, a través de vías presenciales o telemáticas, desde el respeto a la decisión del otro, de modo que puedan sentirnos cerca sin invadir.
  9. En el caso de trabajar con personas institucionalizadas, posibilitar que las instituciones en las que viven permitan el contacto telemático o telefónico.
  10. No potenciar la alienación frente al sistema. Resituar el malestar, canalizarlo de maneras que no impliquen el juicio o el maltrato a las demás.
  11. Estimular la capacidad de agencia, impulsar que la persona explore por sí misma, recupere el hacer, que experimente nuevas vías.
  12. No reducir las problemáticas sociales a otras interpretaciones de corte familiarista o espirituales. Los patrones familiares así como lo existencial son síntomas de las estructuras sociales y no al revés.
  13. Apoyar la transformación del pánico en miedo. El miedo es creativo, nos protege, nos mantiene alerta ante el entorno.
  14. Explorar los malestares colectivos en relación al entorno, para detectar qué factores o recursos comunitarios tiene la persona a su alcance.
  15. Atender las situaciones de pérdida de poder, especialmente en relación al campo terapeuta/paciente.
  16. Clarifica tus las ideas en torno a la realidad social en que vivimos, desde la reflexión de tu aportación de tu trabajo a la sociedad. Todo ello mediante un trabajo personal y colectivo. Infórmate contrastando las fuentes de manera crítica.
  17. Revisa tu marco de trabajo (costes, horarios, espacio, medios de transporte, medios telemáticos…) en relación con abrir posibilidad  de trabajo con personas de clases populares o vulnerabilizadas, desde un planteamiento de redistribución social de los recursos comunes.

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