PERDIMOS LA TRIBU! LA SOLEDAD NO DESEADA COMO SUFRIMIENTO SOCIAL.

«Me siento tan aislado que puedo palpar la distancia entre mí y mi presencia» Fernando Pessoa.

Narrativas de la soledad

En los últimos tiempos hemos comenzado a tomar una conciencia cada vez mayor en torno a la problemática que ha venido a nombrarse como “soledad no deseada”.

La presencia en medios de comunicación de diversas iniciativas políticas centradas en la soledad que viven numerosas personas mayores de nuestro entorno sin duda han colaborado con esta asunción.

Sin embargo, la narración generada en torno a esta problemática social se ha establecido en torno al relato individual y dramático en relación a nuestros mayores, que ha ido tiñendo de tristeza la ya previamente desoladora situación de no pocas personas mayores condenadas a ser situadas en el margen de este sistema productivista y capacitista en que nos movemos, donde encontramos cuerpos no capitalizables dentro del mercado de trabajo y consumo en este momento del capitalismo tardío.

Se echa de menos el discurso político sobre la fragilización de los vínculos comunitarios y la licuefacción del sentido de pertenencia a nuestras comunidades, vecindarios, etc… que sin duda beben de las fuentes de esta hiperindividualización que la subjetivación individualista neoliberal ha ido instalando en nuestro modo de relacionarnos.

En este sentido, no deja de resultar paradójica que la manera de entender esta problemática y su intervención con respecto a la misma, corre el peligro (tal y como percibimos en numerosas iniciativas a nuestro alrededor) de resultar igualmente individualizadora. Esto es, que si percibimos la soledad no deseada como un problema individual generaremos respuestas a la misma de tipo asistencial. Y toda respuesta asistencial lleva implícita consigo una categorización normativa. Asistir a las “personas solas” moviliza un imaginario a partir del cual se identifica un “colectivo” determinado.

Recuperando la intervención comunitaria (esa gran olvidada)

En este sentido  es importante resaltar que hablamos de una experiencia subjetiva, que cabalga sobre una problemática sociocomunitaria: la paulatina desaparición de nuestro tejido comunitario de referencia.

Esta problemática presenta más síntomas: la desaparición del pequeño comercio de proximidad de nuestros barrios, la gentrificación, la pérdida del concepto de vecindad, la desconfianza en relación a la seguridad de nuestros/as menores, la concepción de nuestras ciudades como espacios de negocio, el achicamiento de los lugares públicos de relación y tránsito…

Es por ello que urge realizar un diagnóstico certero de esta realidad de cara a poder generar intervenciones eficaces. Esto es, si la soledad no deseada como malestar social tiene una íntima ligazón con la fragilización de nuestros vínculos comunitarios, la intervención necesaria tendrá que ver con una intervención comunitaria.

Desde una lógica preventiva, creo que no tendría sentido quedarnos en una lógica de prevención indicada, sin que ésta de cuenta de un anclaje comunitario en clave de prevención universal o selectiva (en comunidades con mayor riesgo de desarraigo).

Tenemos experiencias a nuestro alrededor que indican un camino a explorar, desde las cuales poder desarrollar iniciativas de investigación y de conocimiento colectivo, como las desarrolladas desde la Cooperativa Andecha (Grupo Tangente) en Madrid, el proyecto Radars en Barcelona, etc…

Los márgenes.

El trabajo comunitario, al igual que otros, no puede sustraerse a un análisis interseccional donde la  clase, el género, la raza, la edad… deben tener su lugar. Así, quizá debamos enriquecer el imaginario social de la soledad incorporando las diferentes soledades de los jóvenes migrantes, las mujeres que han sufrido malos tratos, de los y las adolescentes en las grandes ciudades (y el fenómeno hikikomori) , de las mujeres en los entornos rurales, de las personas psiquiatrizadas, con diversidad funcional, y un largo etcétera… Situaciones todas ellas que nos exhortan a nombrar las soledades a modo de cruce entre diferentes planos de desigualdad.

Por otro lado, es muy rica la mirada desde los espacios físicos, (y la psicogeografía) desde la antropología en la que reposan. Discriminar la soledad que atraviesa los barrios de clase obrera de la de los barrios residenciales de clase alta, donde las espacios y procesos de encuentro manejan claves totalmente diferentes, nos conduce inexorablemente a preguntarnos por cómo están organizadas nuestras ciudades, y que espacios nos deja para el encuentro, el vínculo, los cuidados.

En resumidas cuentas, hablar de soledades es hablar de cómo nuestra manera de organizar nuestras sociedades ha establecido márgenes físicos, conceptuales y relacionales que necesitamos trascender en nuestras intervenciones.

PD: Si os interesa reflexionar sobre todo esto, quizá te interese participar de este ciclo formativo que estamos desarrollando desde el proyecto Harreman (impulsado desde ERAIN S.Coop y SUSTERRA Elkartea) y nuestras compañeras de ANDECHA S.Coop) en Madrid. Puedes informarte aquí.

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